terça-feira, abril 21, 2020

Panorama tras la batalla de la crisis


Autor: Joan Mier Albert



Seguimos en casa confinados, mientras el tiempo pasa bastante lentamente hacia lo que parece que será el final de este negro túnel sanitario, temiendo no obstante que sea el inicio de un escenario económico y social que no tiene un color mucho mejor. Me parece que estamos en el inicio de un cambio de edad, a la que habría que empezar a pensar en darle un nombre que la identifique. Seguramente el rasgo distintivo esté relacionado con el acceso y la gestión de la información.

Intentamos sacar el mejor provecho al alcance en este paréntesis de espera, gestionando el tiempo, también el tedio, dentro de los parámetros a que nos obliga la autoridad en esta situación desconocida. Por mi parte, voy leyendo libros que escogí como referente principal en el inicio de este periplo. Entre éstos, “Los miserables” de Víctor Hugo, y “El amor en los tiempos del cólera”, de Gabriel García Márquez. El porqué de esta elección no lo sé muy bien pero intuía que en su lectura iba a encontrarme escenarios de la Historia y de las relaciones privadas en situaciones críticas que me iban a inspirar a comprender lo que estaba pasando. Esta reclusión también me ha dado la oportunidad de releer pasajes de algunos libros de expertos en análisis de las relaciones humanas, y previsiones futuras. De esa manera he ido anotando las cosas que no me parecen justas de esta sociedad y que intuyo que podrían cambiar en alguna medida.

Así es que me he propuesto el ejercicio de imaginar por dónde podrían ir esos cambios.

Trato de poner en orden algunas ideas cosechadas y otras anotadas de reflexiones de expertos sobre ese, ya cercano, futuro que atisbamos. En ese ejercicio intento “resetear” mis actuales concepciones sobre la lógica de la sociedad y su funcionamiento, y conectar de nuevo para analizar cómo creo que deberá ser ese futuro.

Una síntesis de lo que alcanzo a ver lo resumiría así. La economía va a replantearse radicalmente sus relaciones. Vamos a ver una participación clara de la ciudadanía (empoderamiento) a través de su acceso a la información. Esto va a dibujar un nuevo panorama en las estructuras sociales que seguramente no será inmediato en bastantes aspectos pero va a comportar tensiones. Para que salgamos adelante va a hacer falta mucha solidaridad y confianza global, y ha llegado el momento inexcusable de la rectificación de las desigualdades. No obstante, a pesar de los destrozos que vamos a tener que afrontar, parece que estamos mejor preparados que en otros momentos de la Historia para superar la crisis y diseñar el nuevo mundo.

Si hiciéramos un cuadro DAFO de fortalezas y debilidades, para el paso a esa nueva era, destacaría la oportunidad que comporta la voluntad de cambio, el sentimiento compartido mayoritariamente de esa nueva configuración social; y en el lado de las debilidades destacaría la ausencia de liderazgo que guíe ese cambio con la confianza de la sociedad. Intentaré ampliarlo al final incorporando también algunas las amenazas y fortalezas del sistema.


Replantearse la economía

Empezando por la conclusión a la que quiero llegar, creo que hay que dar por confirmada la sospecha de que el capitalismo está llegando, o tal vez ya ha llegado, a su límite.

La OIT ha estimado que esta crisis va a liquidar 195 millones de puestos de trabajo. Tememos por nuestra seguridad en términos económicos. La crisis ha puesto en evidencia que hay sistemas de trabajo superfluos, fórmulas que van a ser sustituidas o incluso eliminadas.

¿Qué va a pasar en un mundo con escaso trabajo? En el mejor de los casos muchos de los trabajos actuales se adaptarán al teletrabajo, pero otros desaparecerán por no estar ajustados al nuevo escenario. La relación entre capital y mano de obra y entre ricos y pobres ha cambiado radicalmente en solo una generación y eso comporta replantearse cómo debería ser la nueva economía.

Se trata de ver si estamos preparados para afrontar cambios tan disruptivos como los que sacudieron el panorama socioeconómico en el siglo XIX. El economista Paul Mason[i] escribe que en los siglos XIX y XX el capitalismo salió fortalecido tras variaciones continuas. En el panorama actual se puede hacer un paralelismo con esas situaciones históricas de transformación. El capitalismo seguramente haya alcanzado sus límites tal como nos lo enseñaron y hemos vivido, y esté mutando hacia algo completamente nuevo. El elemento más trascendente de ese cambio es la tecnología de la información, que va a provocar una revolución en el trabajo, la producción, el valor, y acabaría con una economía basada en los mercados y la propiedad privada.


Empoderamiento ciudadano y acceso a la información

En la próxima edad de la información el individuo no va a tener la consideración individual que había tenido en el pasado, y que ha ido perdiendo para acabar como componente anónimo de la sociedad. En ese escenario toma cuerpo el empoderamiento social dando fuerza al valor de la solidaridad.

En situaciones de emergencia estamos descubriendo que existe una reserva oculta de confianza y amistad, que se pone de manifiesto con acciones de ayuda mutua. Tal vez no sea tarde para reconstruir la confianza en esos pilares.

Esa cooperación y confianza han de manifestarse a escala mundial, compartiendo información abiertamente, globalmente. La crisis nos está mostrando que ahí tenemos una oportunidad de evitar el peligro de la desunión mundial.

Me pregunto si los avances tecnológicos, en el ámbito de la información, no habrán alcanzado una velocidad que el conjunto de la sociedad no puede absorber para poder beneficiarse globalmente. Creo que límite es aquel en el que se traspasa el ámbito de la libertad individual, haciéndolo sin permiso, y sin dar a conocer el nombre y el apellido del transgresor.

Yuval Noah Harari, historiador[ii] , reflexiona sobre los efectos de los avances científicos y tecnológicos sobre los principios del liberalismo y su impacto en la apreciación de los valores humanos. Augura que va a producirse una mayor consideración en el valor colectivo de los humanos pero no tanto en su valor individual, pues el comportamiento estará gestionado por algoritmos externos, que permitirá tomar decisiones a la autoridad.

Ryan Avent, editor y redactor económico de The Economist reflexiona sobre el impacto de las nuevas tecnologías[iii] y se plantea que si hoy en día el trabajo es el medio de obtener ingresos y el enfoque principal para la autonomía y el prestigio personal, ¿qué pasará en la sociedad con poca oferta de trabajo? La tecnología digital está transformando todos los aspectos de la economía y alterando el modo de hacer las cosas, quién las hace y cuánto obtiene por su trabajo. Los trabajadores se ven obligados a buscar continuamente más desarrollo profesional y nuevas habilidades.

Harari en un artículo publicado recientemente[iv] trata de imaginar cómo será el mundo después del coronavirus. Augura un mundo en el que la sociedad se verá abocada a elegir entre dos cuestiones importantes que tienen que ver con el acceso y gestión de la información por un lado, y con la asistencia mutua por otro:

1. vigilancia totalitaria o empoderamiento ciudadano; y

2. aislamiento nacionalista o solidaridad mundial.


Considera que para lograr un nivel de conformidad y cooperación de los ciudadanos es necesario que exista confianza en varios ámbitos: ciencia, autoridades públicas y medios de comunicación.

Pero actualmente no existe esa confianza y en buena parte es debido a las actuaciones de políticos irresponsables. Además, estamos invadidos por noticias falsas que obligan a contrastar permanentemente su veracidad, a riesgo de vivir en el limbo de la desinformación.


Solidaridad - Rectificar las desigualdades

Si no se aborda el problema de la desigualdad entre países no avanzaremos. La tragedia de los emigrantes huyendo de la miseria y la tiranía buscando refugio más allá de sus orígenes, en tierras que suponen de acogida, es una lacra de esta sociedad que exige una reacción urgente. Es el problema del hambre con mayúsculas. La “pornografía de la miseria”[v]. Hambre por la falta de alimentos; hambre de recursos de todo tipo para poder subsistir; y hambre de evitar no ser excluidos de una sociedad a la que pertenecen. El hambre no es un problema de la pobreza sino de la riqueza.

Pero cuando hablamos de solidaridad, ¿concebimos solamente la que existe entre países, ricos y menos ricos o claramente pobres, o también pensamos en la desigualdad entre las personas? ¿Es sostenible una sociedad en la que el 90% no alcanza la riqueza del otro 10%? Tal vez ese 90% deba ser parte de la solución.

¿Cómo abordar el problema? Algunos economistas proponen nuevos enfoques. Realizan modelos económicos en los que se plantean que la solución ha de venir de un cambio en la forma de pensar del 10% que no es pobre. Tal vez sea necesario un cambio de paradigma. El economista Paul Polak[vi] analiza vías para atacar la pobreza mundial. Los pobres no son la causa de la pobreza, y deben ser parte de la solución para acabar con la pobreza. Considera que es necesario cambiar de mentalidad pensando en incorporar las necesidades y demandas de productos y servicios del 90% pobre en el diseño de las nuevas estructuras.

A. Banerjee y E. Duflo coinciden en ese enfoque[vii]. Sugieren un cambio radical en las preguntas para comprender los problemas de la pobreza. Parece que dado que poseen tan poco, hayamos asumido que no hay nada de interés en su vida económica. Las políticas gubernamentales de ayuda fracasan muchas veces porque no se tienen en cuenta las circunstancias de los países pobres.

Acemoglu y Robinson[viii] analizan qué factores hacen que un país sea pobre o rico. Estiman que la diferencia entre la prosperidad comparativa de las naciones no obedece, como frecuentemente se dice, a cuestiones culturales, la climatología o la ubicación geográfica. La prosperidad está relacionada con algo más tangible, la política económica que se aplique, y ésta está condicionada por factores internos, pero también desde fuera.

Entre las lecturas paralelas de estos días, he dedicado un paréntesis de sillón y lámpara a “Los miserables”. En el panorama social que describe la novela aparece la figura del miserable Jean Valjean, víctima de la rigidez en la aplicación de la normativa al más indefenso en una sociedad que está en cambio, metido en una espiral trágica a partir del robo de una hogaza de pan para dar de comer a sus hambrientos sobrinos, que le lleva a cumplir diecinueve años de cárcel.

Curiosamente, me he encontrado en “Homo Deus” de Yuval N. Harari, una referencia a Valjean, mencionando la paradoja de que en una representación teatral de esta novela de Victor Hugo en las grandes ciudades, los asistentes al espectáculo paguen importes elevados por una buena butaca y empaticen con el personaje. Ven en su figura la representación de las contradicciones de la sociedad y el castigo injusto al que se ve sometido quien no alcanza las condiciones mínimas para su integración, y que a medida que no las alcanza las barreras se le interponen con mayor crueldad.

Creo que el futuro, la sostenibilidad de la nueva sociedad, debe pasar, por un lado, por garantizar un mínimo de recursos que permita a todo el mundo desarrollar una vida digna y un acceso a la formación y la cultura que les garantice no quedar excluidos; y, por otro lado, por establecer medidas que permitan canalizar las diferencias abismales en determinados niveles de riqueza, hacia acciones que beneficien al conjunto de la sociedad.


Pero ¿hay manera de evitar la catástrofe?

Me preguntaba al principio si estamos preparados para afrontar cambios tan disruptivos como los que sacudieron el panorama socioeconómico en el siglo XIX. Adam Smith analizaba en “La riqueza de las naciones” que el poder descansaba en los patronos. En el siglo XXI la riqueza es, en cierto modo, y debe serlo, de las personas, es social. Ésta es la clave para creer que debe ser posible evitar el caos total.

Contamos con medios para librar a la especie humana de las catástrofes, pues se han conseguido cuotas comparativamente mayores de libertad y progreso, y también de riqueza compartida. No obstante, corremos el riesgo de destruir ese potencial con actitudes crecientes de desconfianza, xenofobia, intolerancia política y religiosa, populismo, individualismo, codicia e ignorancia.

Amin Maalouf[ix] opina que lo esencial es que nos demos cuenta de que está en marcha un engranaje cuyo motor no lo ha puesto en marcha nadie de manera consciente, pero hacia el que nos estamos viendo arrastrados a la fuerza, y amenaza con reducir a la nada nuestras civilizaciones.

Creo que el espíritu de los “príncipes valientes”[x], que surgió en el movimiento de “indignados” reclamando cambios en el sistema, va a seguir creciendo con un apoyo cada vez más consistente de la sociedad, que reclama una vida en condiciones justas, para las actuales generaciones y para las que vendrán.


La crisis debe ser una oportunidad

Llegado aquí, me falta concretar lo que me había propuesto al principio pensando en las cosas que me gustaría ver en la nueva edad que se nos presenta, la de la información, y ver sus debilidades y fortalezas.

Entre las debilidades destacaría la falta de liderazgo; en las amenazas, el surgimiento de una determinada clase dirigente y la pérdida de libertad en las decisiones; en las fortalezas, la enseñanza de experiencias anteriores y la voluntad de cambio, y en las oportunidades el mayor acceso a la información y la intención de cambio a través de la solidaridad, y una nueva gobernanza y liderazgo mundial que permita acabar con los disparatados desequilibrios de riqueza en un mudo que debe ser sostenible.

En todo cuadro DAFO es importante que la suma de los aspectos positivos sea mayor a los negativos, pero, sobre todo, que las oportunidades estén apoyadas en unas fortalezas de gran consistencia.

Me gustaría pensar que ese cambio es posible. No se debe perder de vista que los grandes robles nacen de pequeñas bellotas, y que en cualquier caso más vale equivocarse en la esperanza que caer en la desesperación, aunque no haya que dejarse llevar por la inocencia.

20 abril 2020



[i] Paul Mason es redactor-jefe de economía del noticiario “Channel 4 News”. Ha escrito “Postcapitalismo. Hacia un nuevo futuro” (2016).

[ii] Yuval Noah Hariri es profesor de Historia. Analiza el futuro de la evolución en “Sapiens”(2013) , “Homo Deus” (2015) y en “21 lecciones para el siglo XXI” (2018).

[iii] Ryan Avent es economista. Ha escrito “La riqueza de los humanos” (2017).

[iv] Publicado en el Financial Times bajo el título “¿Cómo será el mundo después del coronavirus?”.

[v] Martín Caparrós, historiador y periodista ha escrito “El Hambre” (2015).

[vi] Out of Poverty. What Works when traditional approaches fail” (2009).

[vii]  Banerjee y Duflo, son nobel de Economía profesores en el MIT y autores de “Repensar la pobreza. Un giro radical en la lucha contra la desigualdad global” (2014).

[viii] D. Acemoglu y J. A. Robinson, profesores de Historia, han escrito “¿Por qué fracasan los países? Los orígenes del poder la prosperidad y la pobreza” (2012).

[ix] El historiador y novelista Amin Maalouf ha escrito “El naufragio de las civilizaciones” (2019).

[x] Javier Pérez Andújar se refiere en su novela del mismo nombre a los Jabato, Capitán Trueno y otros personajes de TBOs que le fascinaron en su juventud (en España).


Um comentário:

gentilesse de CEEUDECO disse...

¿Qué es un DAFO y para qué sirve?
El análisis DAFO (también conocido como matriz DAFO o análisis FODA) es una matriz que nos va a permitir obtener una visión global de cómo se encuentra una empresa para poder definir la estrategia más adecuada.

En pocas palabras, es una matriz de toma de decisiones estratégicas.

Su estructura se base en el estudio del análisis interno y externo de una empresa.

Este estudio posteriormente se divide cuatro cuadrantes que son las: debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades de una empresa.